Tres afirmaciones llegaron a mí, en estos días, como un regalo:
1. Déjate llevar por el destino
2. Elige siempre lo bueno
3. Llegaste aquí para ser feliz.
Las tres afirmaciones son producto de la propaganda, pero es bien cierto que los elementos de los que ésta se nutre provienen, en ciertas ocasiones, de la Fuente Original; si bien sus diseñadores no son enteramente concientes de esta verdad.
Hace unos años solía estar atenta a estas señales y símbolos, quizá fuera por eso que llegaban a mí con tanta frecuencia. Desde que empecé el trabajo con la Guía Vivencial de las Nueve Revelaciones me hallaba ansiosa por volver a recibir estos mensajes del universo, pero al principio no pasaba nada; como suele suceder cuando estamos tan ansiosos y, de repente, una noche feliz, cuando regresaba de mis clases de yoga, la primera señal se hizo manifiesta de una manera fortuita, en el bagón del metro, bajo la forma de un poema "a una mujer joven y bella", escrita por un anciano trovador. Esa señal llegó porque yo estaba tranquila, en mí misma, apartada de toda expectativa.
El guerrero espiritual toma conciencia de sus máscaras, creadas por el miedo; y del miedo que bloquea y que obstaculiza la percepción de la verdad, y de la necesidad de calma interior y sosiego, como base fundamental para avanzar. Comprende que queda mucho trabajo por hacer, y aunque las emociones regresen, comprende lo importante de mantener esa visión. Una nueva visión, que está en su corazón, su verdadero tesoro; algo que nunca nadie le podrá arrebatar, la clave definitiva de su libertad y su felicidad.
En gran medida, el miedo no se refiere a nada externo, aunque se manifieste afuera, como todas las neurosis lo hacen. Lo cierto es que el Guerrero espiritual ha descubierto que el miedo central, el miedo original consistía básicamente, en conocerse a sí mismo, en descubrir, en realidad, quién es él.
Cuando una parte de nuestro ser, que ha sido relegada a la Sombra, aparece iluminada por primera vez en la conciencia, desencadena un mecanismo imposible de detener, hacia el autoconocimiento; y todo lo que sucede entonces, ya seamos concientes de ello o no, se halla vinculado a este proceso y por ende, al aspecto que lo ha jalonado.
El universo se transforma también, ante nuesta nueva perspectiva, en virtud de este "darse cuenta". Puede ser, a veces, un oscuro abismo aterrador y de repente, un jardín paradisíaco donde todos los seres y las cosas viven en completa armonía. Distinguir entre una u otra cualidad de esa visión única, depende de la capacidad individual para mantenernos conectados a nuestra verdadera esencia; las verdades realizadas a lo largo de nuestra historia kármica siempre están ahí, sólo necesitamos mantener el profundo deseo y la voluntad de verlas.
Todo esto no quiere significar que a partir de ahora el Guerrero espiritual avanzará sin encontrar obstáculo alguno que sortear en su camino, o que la vida va a mostrarle siempre su faz más generosa y bella, aunque bien puede decidir él que así sea. Pero ello amerita un intenso entrenamiento, mantener su atención en la Presencia; la conciencia despierta naturalmente hacia lo que le rodea, pero muy en especial, hacia lo que sucede dentro de sí mismo.
El Guerrero espiritual ha de afilar, cada día, la conciencia; como el buril de un tallador de diamantes, haciéndola cada vez más aguda, con cada golpe de contacto con la realidad. Porque cada vez los aspectos de la realidad se presentarán de manera más intensa, a medida que su sensibilidad hacia los fénómenos crece; y no sólo será capaz de vislumbrar la verdad que subyace tras las apariencias, también es cierto y necesario que el Guerrero espiritual ha de construir un corazón fortalecido, a prueba de toda adversidad. Esa es la coraza del yogui, del Maestro, del Buda. Construir esa fortaleza en el propio corazón requiere trabajo, dedicación, atención y verdadera entrega, si comprendemos lo que ello supone.
Después de haber comprendido esto con la intuición, el Guerrero espiritual torna el rostro para enfocar ahora lo que sucede dentro de sí; el observador está allí presenciándolo todo, en silencio. Hace mucho tiempo atrás, tenía de mí propia vida la imagen de un barco ebrio. Pero ahora, puedo ver sobre la proa, que ese barco tiene un capitán experimentado y valiente, incapaz de abandonar su embarcación, aún en medio de la más abrumadora tempestad. Él sabe a dónde quiere llegar, a qué puerto atracará su barco y no retrocede ante el temor por atravesar el océano, en medio de lo adverso o lo insólito. Confía en su propia buena suerte. No ignora que en el trayecto le aguarda toda clase de obstáculos y penalidades, pero está decidido a llegar a su destino.
Cuando se sabe que existen grandes riesgos, aún y cuando no sepamos exactamente cuáles, el miedo original nos empuja por instinto a retroceder, a recular; pero la supervivencia no consiste en limitarnos a conservar la propia vida. Para poder evolucionar, lo cual es imprescindible porque todo en el universo está siempre en continuo cambio, es necesario encarar los riesgos, adaptarse a los cambios. Estos riesgos son la medida de nuestro valor y los escalones que, a la larga, posibilitan nuestro ascenso.
¿Qué me dice mi miedo? ¿O la ansiedad que siento a veces y que domina todo mi cuerpo? ¿No será quizá una alarma, un indicador de que me encuentro muy cerca de enfrentar un cambio en mi vida, un riesgo? Si puedo tomar estos indicadores con prudencia, es decir, con discernimiento; comprendiendo que no todos los riesgos que nos amenazan son tan terribles como imaginamos; si comprendo que no lo son, porque están frente a mí para que yo pueda sobrepasarlos, la perspectiva que esta nueva visión me ofrece llena mi corazón de valor. Y aunque, además de valor sea necesario conocimiento y destreza, saber que cuando el obstáculo está presente, es por sí mismo, un indicador cierto de que el valiente está preparado y que su meta está justo detrás de ese obstáculo.
¿Y si no estoy preparada? ¿Y si necesito más tiempo para enfrentarme a mi reto? No existe nada en el mundo que destruya tanto la confianza en uno mismo como la duda. Primero, el Guerrero espiritual tiene que encarar y destruir a ese enemigo, la duda es el primer obstáculo en su camino. El momento del poder es siempre el presente; no hay un mientras tanto, ni un quizá mañana. La duda que se extiende hace nido para los cobardes, y el corazón del Guerrero espiritual está lleno de coraje. Para él sólo existe el presente. El pasado ya ha muerto y el mañana todavía no ha nacido.
Para el Guerrero espiritual tomar la decisión es lo más arduo, quizá porque existe un completo desconocimietno acerca del camino que va a recorrer. Pero eso tampoco amedrenta al héroe; él sabe que está preparado, sabe que cuenta con todas las herramientas necesarias para atravesar las dificultades que se le puedan presentar. La más importante de esas herramientas es la Confianza, la confianza en su propia capacidad, la fe del navegante en su buena suerte.
Pero el Guerrero espiritual cuenta con más recursos, muchísimos más. Y quizá, las dudas y el miedo surgen por no saber exactamente cuántos ni cuáles. Pero cuando existe esa confianza primordial, cuando descansamos en ella, todas esas potencialidades se nos revelan. Cuando el héroe se decide no hay nada que pueda detenerle. Puede que no sepa cómo lo va a lograr, pero cuando su momento llegue él sabe que lo logrará.
Y por esa confianza incondicional el héroe recibe ayuda constantemente. El universo se rinde a los pies de ese valiente y le revela todos sus secretos. El universo se estremece de amor hacia aquél cuyo corazón está siempre abierto y no teme.
Esta visión revela también, la inevitable red de conexiones del universo, nos revela nuestro lugar dentro de él. El héroe, en virtud de su confianza, lo conoce instantáneamente; sabe lo que debe hacer en cada momento y lo hace. No piensa, sólo actúa. Porque dentro de su corazón el conocimiento y la acción son una sola y misma cosa.
El pensamiento no es su enemigo, porque el héroe lo usa como una herramienta, para discernir. Pero sabe que el pensamiento tiene que parar en algún momento, por eso actúa, sin pensar.
El héroe se siente responsable por todos los seres del universo, sabe que sus acciones desencadenarán irremisiblemente, consecuencias que no sólo le afectarán a él, sino también a los demás. Conoce su responsabilidad; pero en lugar de acobardarlo, su responsabilidad lo apremia. No hay tiempo que perder, cada instante es una ocasión irrepetible y fugaz, no se puede permitir dudar.
A través de ese sentimiento de responsabilidad hacia los demás surge en él un amor hacia ellos y el deseo de protegerlos. Pero todo esto le llega poco a poco, y sin darse cuenta. Conquistarse a sí mismo es su tarea principal. Sabe que para poder proteger a los otros debe primero, aprender a protegerse a sí mismo; para guiar a los otros debe primero, guiarse a sí mismo.
El trabajo del Héroe es antiquísimo, tanto como los mitos. El héroe que atraviesa su gesta con resolución, se encuentra siempre, al final consigo mismo. Ésa es su meta: encontrarse a sí mismo, conocerse a sí mismo, como indicaba el oráculo en Delfos. Conócete a tí mismo y conocerás al Universo y a los Dioses.
Plegaria del guerrero espiritual
Mi cuerpo y mi mente son mis aliados
Mi ángel custodio es mi destreza
Mi hada es mi inspiración
Mi deidad es la Presencia de vida
Mi poder la simplicidad
Mi escudo, la actitud amorosa de mi corazón
Mis mejores armas: la tolerancia, la compasión, la alegría, la energía, la ecuanimidad
La única conquista que merece ser perseguida: la propia conquista.
(Las palabras de la plegaria del Guerrero espiritual han sido extraídas del libro la Vía Secreta del Héroe, de Ramiro A. Calle).
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