Yo entré como siempre, en el espacio sagrado de mi corazón; pero en lugar de ver a mis guías, vi a Cabeza de Águila y vi que eso que siempre está detrás de mí, esa pared era una especie de altar. Había como un saliente en el muro, rodeado de luces ambarinas y el mensajero del Cielo (como me gusta llamarlo) estaba allí delante quitando tres flautas que había encima, tres flautas de madera un poco oscura; y llevaba una bandeja, y de la bandeja sacó dos mates y los puso uno a cada lado de una vela amarilla o ambarina, también y se fue tranquilamente.
Yo me quedé mirando todo aquello, preguntándome por qué estaba él allí y por qué había hecho eso. Entonces, si apareció Anastrela y como siempre, me explico con mucha paciencia y amor, lo que él había hecho, pero no es que se sentó y estuvimos allí sentadas, no. Ella apareció pero nuestro entorno cambió. Ya no estábamos en la cueva sino en algún lugar bajo el cielo y las estrellas nocturnas. Y alrededor de una gran hoguera, -bueno no muy grande, pero sí una hoguera muy viva-, estaba mi Chamán, mi querido Cabeza de Águila. Llevaba un penacho de plumas larguísimas y blancas que rodeaban su cabeza y bajaban por su torso, y estaba vestido con ropas de indio, de piel de búfalo y estaba bailando alrededor de la hoguera y cuando fui a darme cuenta, yo estaba acostada con los brazos en cruz sobre el pecho, sobre una estera de mimbre o algo parecido y tapada con pieles, estaba cerca de la hoguera y Cabeza de Águila me había protegido del viento colocando una especie de parabán con una tela gruesa atada a una estaca también gruesa, clavada sobre la tierra.
En lo alto de la estaca había un atrapasueños lleno de plumas y tejido con unos colores muy bonitos, en verde, magenta, rosa, azul y violeta. Se movía sobre mi cabeza oscilando suavemente con el soplo del viento. Anastrela no estaba pero me hablaba y me decía por qué estaba yo allí. Esto que estoy contando ahora lo vi cuando fui a acostarme. Antes de acostarme vi a Cabeza de Águila en la cueva cambiando las cosas del altar. Cuando salí de mi meditación sentí que Cabeza de Águila estaba en mi habitación, porque sentí que me había transmitido además de una manera muy clara, que esa noche él se iba quedar velando mis sueños.
Entonces fue cuando vi el atrapasueños, pero lo vi colgado en lo alto de la cenefa de mi ventana y Cabeza de Águila estaba recostado a un lado de mi cama, llevaba el penacho de plumas, pero no llevaba la camisa de mangas largas y piel de búfalo. Parecía sonriente y además contento de hacer eso. Me dio a entender que no tenía que preocuparme por nada, porque esa noche, sin importar lo que soñara, él estaba allí para recoger lo que yo necesitaba saber del sueño y limpiar aquello que me hiciera daño. Se recostó muy tranquilamente esperando a que yo también me acostara. Llevaba en los labios esa sonrisa que a veces veía y que yo tanto amaba en mi viejo y querido amigo José de Triana, esa sonrisa que te dice sin palabras: “todo está bien, para eso estoy yo aquí”.
Así que me dejé hacer. Cabeza de Águila comenzó a danzar alrededor del fuego y luego, me di cuenta que con él había dos indios más que estaban, curiosamente tocando la flauta. Era una melodía suave y la voz ronca y casi gutural de Cabeza de Águila las acompañaba. Yo podía ver un cielo índigo y despejado, completamente preñado de estrellas. Cabeza de Águila dejó de hacer esa danza extraña y se acercó a mí para darme algo de beber. Su sabor me pareció un poco amargo; él sonrió por mi gesto de disgusto, pero me dijo algo que comprendí claramente, aunque hablaba en su lengua nativa. Me dio a entender que esa pócima que había tomado me iba a hacer bien. Llevaba una piedra del color de la turquesa en las manos. Restregó la piedra entre sus manos hasta que la turquesita quedó reducida al polvo y esparció todo este polvo turquesa sobre mi pecho.
Entonces, regresó junto al fuego, no sin antes chequear el atrapasueños. Todo estaba preparado, todo estaba dispuesto. Los dos indios, cuyos rostros yo no era capaz de distinguir; pues se hallaban ambos detrás del fuego, seguían tocando aquellos suaves acordes de las flautas. Yo pensé: bueno, esto será así, la música me inducirá en algún estado de proyección fuera del cuerpo o veré formas aparecer en el fuego, como la última vez. Pero nada de eso pasó.
Cabeza de Águila se levantó de nuevo, de su sitio frente a la hoguera y vino andando hasta donde yo estaba. Yo no sólo no me movía; más parecía que no podía moverme, que estaba de alguna forma, sujeta. Y recuerdo, vagamente que Cabeza de Águila me pidió que me relajara y permaneciera tranquila. Yo estaba lo más relajada que me es posible estar en estas situaciones, hasta que vi que Cabeza de Águila se aproximaba hacia mí con algo muy extraño, algo verde y alargado que brillaba en la noche, en sus manos.
Yo me quedé mirando todo aquello, preguntándome por qué estaba él allí y por qué había hecho eso. Entonces, si apareció Anastrela y como siempre, me explico con mucha paciencia y amor, lo que él había hecho, pero no es que se sentó y estuvimos allí sentadas, no. Ella apareció pero nuestro entorno cambió. Ya no estábamos en la cueva sino en algún lugar bajo el cielo y las estrellas nocturnas. Y alrededor de una gran hoguera, -bueno no muy grande, pero sí una hoguera muy viva-, estaba mi Chamán, mi querido Cabeza de Águila. Llevaba un penacho de plumas larguísimas y blancas que rodeaban su cabeza y bajaban por su torso, y estaba vestido con ropas de indio, de piel de búfalo y estaba bailando alrededor de la hoguera y cuando fui a darme cuenta, yo estaba acostada con los brazos en cruz sobre el pecho, sobre una estera de mimbre o algo parecido y tapada con pieles, estaba cerca de la hoguera y Cabeza de Águila me había protegido del viento colocando una especie de parabán con una tela gruesa atada a una estaca también gruesa, clavada sobre la tierra.
En lo alto de la estaca había un atrapasueños lleno de plumas y tejido con unos colores muy bonitos, en verde, magenta, rosa, azul y violeta. Se movía sobre mi cabeza oscilando suavemente con el soplo del viento. Anastrela no estaba pero me hablaba y me decía por qué estaba yo allí. Esto que estoy contando ahora lo vi cuando fui a acostarme. Antes de acostarme vi a Cabeza de Águila en la cueva cambiando las cosas del altar. Cuando salí de mi meditación sentí que Cabeza de Águila estaba en mi habitación, porque sentí que me había transmitido además de una manera muy clara, que esa noche él se iba quedar velando mis sueños.
Entonces fue cuando vi el atrapasueños, pero lo vi colgado en lo alto de la cenefa de mi ventana y Cabeza de Águila estaba recostado a un lado de mi cama, llevaba el penacho de plumas, pero no llevaba la camisa de mangas largas y piel de búfalo. Parecía sonriente y además contento de hacer eso. Me dio a entender que no tenía que preocuparme por nada, porque esa noche, sin importar lo que soñara, él estaba allí para recoger lo que yo necesitaba saber del sueño y limpiar aquello que me hiciera daño. Se recostó muy tranquilamente esperando a que yo también me acostara. Llevaba en los labios esa sonrisa que a veces veía y que yo tanto amaba en mi viejo y querido amigo José de Triana, esa sonrisa que te dice sin palabras: “todo está bien, para eso estoy yo aquí”.
Así que me dejé hacer. Cabeza de Águila comenzó a danzar alrededor del fuego y luego, me di cuenta que con él había dos indios más que estaban, curiosamente tocando la flauta. Era una melodía suave y la voz ronca y casi gutural de Cabeza de Águila las acompañaba. Yo podía ver un cielo índigo y despejado, completamente preñado de estrellas. Cabeza de Águila dejó de hacer esa danza extraña y se acercó a mí para darme algo de beber. Su sabor me pareció un poco amargo; él sonrió por mi gesto de disgusto, pero me dijo algo que comprendí claramente, aunque hablaba en su lengua nativa. Me dio a entender que esa pócima que había tomado me iba a hacer bien. Llevaba una piedra del color de la turquesa en las manos. Restregó la piedra entre sus manos hasta que la turquesita quedó reducida al polvo y esparció todo este polvo turquesa sobre mi pecho.
Entonces, regresó junto al fuego, no sin antes chequear el atrapasueños. Todo estaba preparado, todo estaba dispuesto. Los dos indios, cuyos rostros yo no era capaz de distinguir; pues se hallaban ambos detrás del fuego, seguían tocando aquellos suaves acordes de las flautas. Yo pensé: bueno, esto será así, la música me inducirá en algún estado de proyección fuera del cuerpo o veré formas aparecer en el fuego, como la última vez. Pero nada de eso pasó.
Cabeza de Águila se levantó de nuevo, de su sitio frente a la hoguera y vino andando hasta donde yo estaba. Yo no sólo no me movía; más parecía que no podía moverme, que estaba de alguna forma, sujeta. Y recuerdo, vagamente que Cabeza de Águila me pidió que me relajara y permaneciera tranquila. Yo estaba lo más relajada que me es posible estar en estas situaciones, hasta que vi que Cabeza de Águila se aproximaba hacia mí con algo muy extraño, algo verde y alargado que brillaba en la noche, en sus manos.
Él se puso frente a mí con esa serpiente (sí, era una serpiente), mirándome sonriente y me dijo algo, otra vez, en su lengua nativa. Que por supuesto, no entendí, pero que pude de alguna manera percibir como su forma de decirme que no me preocupara, que esa bonita serpiente no iba a hacerme daño. Como su rostro era sonriente, algo que no había visto en él la primera vez, yo me sentía tranquila, sentía que él me estaba cuidando. Es una sensación que no sé si soy capaz de describir. Es como si fuera mi padre, o alguien que me quiere tanto que se preocupa tanto por mí, que si estoy enferma hará cualquier cosa para curarme. Ésa es la forma más clara en la que puedo describir cómo me sentía.
Cabeza de Águila soltó a la bonita serpiente verde, de un verde casi fosforescente, un verde entre pistacho, manzana y esmeralda. Un verde muy vivo, reluciente. Cabeza de Águila la soltó a mis pies, y enseguida, como si mi cuerpo fuera un imán para ella, la serpiente se enroscó sigilosa y zigzagueante alrededor de mi tobillo derecho. Fue subiendo suave y lentamente, con toda la parsimonia de la que una serpiente es capaz. Deslizándose con esa pasividad insoportable de los que son dueños del tiempo, llego hasta mis caderas; para ese momento, ya se había enroscado alrededor de mis dos piernas y las tenía bien sujetas, aunque sin opresión. Allí en mi pelvis se quedó ella estacionada, o debería decir extasiada, un buen rato. Como si no tuviera nada más que hacer en la vida que quedarse allí. Me di cuenta de que Cabeza de Águila tenía las manos puestas a cierta distancia, encima del cuerpo de la serpiente, sin tocarla, pero muy cerca. Y después de un rato, me di cuenta de que mientras ella ascendía por mi cuerpo, Cabeza de Águila estaba recitando algo que me parecían versos; como si cantara una oración o un ensalmo, no lo sé muy bien, tal vez sólo hablaba con ella, en el idioma arcano de las serpientes.
Entonces, tuve la impresión de que la serpiente seguía el ritmo de la voz de Cabeza de Águila, como si estuviera hipnotizada o embrujada por el sonido de su voz. Cuando por fin, dejó mi pelvis y avanzó sobre mi vientre, vi que levantaba la cabeza ligeramente, pero sólo ligeramente, aunque el resto de su cuerpo seguía en contacto con mi cuerpo; y que su cabeza oscilaba de un lado a otro como si estuviera indecisa, como si no supiera bien hacia qué lado de mi cuerpo moverse. Entonces, vi sus ojos, amarillos, cetrinos; yo diría que estaban sumidos en un sueño muy profundo. Entonces, sentí que verdaderamente ella seguía el comando de la voz de mi Chamán y obedecía todo lo que él le mandaba.
En un momento, el baile de su cabeza se detuvo sobre mi pecho como si me estuviera mirando. No sé con qué palabras expresar la ambigüedad de esa mirada y el profundo estupor que produce sentir el aliento de una serpiente sobre tu cuello. Aunque sabía que estaba dormida, no podía evitar sentir el poder de ese animal, era una boa constrictor. Cuando la tuve tan cerca, pude darme cuenta de que no era una bonita serpiente de campo, era la madre de las serpientes. Su boca era enorme, y su cuerpo grueso y ligeramente pesado. No sé qué fue lo que más impresionó en ese momento; si aquellos ojos fríos con ese ángulo ligeramente acuñado y de color negro en sus pupilas, o la envergadura y la fuerza de su cuerpo capaz de estrangular y devorar a una animal de 50 kgs. (lo que yo peso, más o menos).
Mi Chamán le seguía susurrando al oído y ella le seguía obediente. En un momento, se deslizó produciendo con su roce un sonido rasposo, como de hojas que se arrastran; debido a la aspereza de sus escamas frotándose contra la piel que me cubría. La serpiente se me enroscó una vez más, pero ahora, en el brazo derecho y se quedó allí un momento sobre el hombro, con la mirada perdida, a lo lejos. Allí se detuvo, como te digo y escuché el silbido ululante de su respiración cavernosa y gélida, muy cerca de mi oído. Cabeza de Águila la seguía dominando con el poder de su voz y de sus manos; que continuaba manteniendo sobre ella, como si le transmitiera su voluntad. Y de una especie de latigazo, la serpiente se desenroscó de mi brazo y ascendió por mi cuello, dando una vuelta y media alrededor de mi cabeza y saliendo hacia la izquierda, por la parte más alta de mi coronilla.
Cuando el extremo de su rabo soltó al fin mi cabeza, arrastró con él un hilo de algo que se parecía mucho a un coágulo de sangre. Yo no pude verlo pero lo sabía porque el Chamán me lo dijo. Él esparció la sangre del coágulo con los dedos y se limpió luego, la sangre con la tierra. Dijo algo, una vez más, en su lengua nativa y Anastrela me explicó que la serpiente había sacado de mí ese daño, esa especie de tumor que se había acumulado como dolor, y que estaba alojado en la parte derecha de mi cuerpo.
El chamán me miró contento y me dijo algo otra vez, Anastrela me explicó que Cabeza de Águila consideraba auspicioso que la serpiente se hubiese marchado por el lado opuesto por el que trepó por mi cuerpo, eso, según me dio a entender Anastrela, significaba que había cambiado las energías de orientación.
Cabeza de Águila regresó una vez más, con aquel menjunje agrio y me lo dio a beber. Me pareció que Anasterla decía algo así como ajenjo, no puedo estar segura. Volví a beber con cara de asco y él sonreía. Él recostó mi cabeza con un cuidado especial sobre la esterilla, limpió los chorros que se deslizaban por las comisuras de mis labios, esa sonrisa amorosa no se despegaba de su rostro. A decir verdad yo me sentía como sólo pueden sentirse los recién nacidos en los brazos de su madre.
De pronto, vi a mis animales de poder, la leona que yo llamé Vyra y el león, mi precioso león africano, acostados, cada uno junto a mis dos costados. Anastrela me dijo que el chamán los había llamado para que me cuidaran mientras dormía, para que no dejaran que ningún espíritu se acercara durante la noche, a perturbar mi sueño.
Cabeza de Águila acomodó la tela para que el viento no me molestara, verificó una vez más, el atrapasueños y con una sonrisa, me cerró los ojos. Luego, me pareció escucharlo cantar durante algún rato, allí con sus amigos los indios, alrededor de la hoguera y luego, ya no recuerdo nada más. Sólo que tuve este sueño que te he contado y que desperté sintiéndome de nuevo, con alegría y feliz.
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